Desde que somos pequeños, sobre todo a los niños, nos ha encantado jugar a indios y vaqueros o a soldados de ejércitos opuestos, emulando las atrocidades que se cometen en las acciones bélicas, pero que la inocencia de la edad nos impide ver.
Con el paso de los años, a medida que vamos llegando a la edad adulta, nos resistimos a permitir que la fascinación por las armas nos haga cometer alguna barbaridad. Pero a muchos les sigue pareciendo algo asombroso y le gustaría poder seguir jugando a la guerra, si no fuera por los daños que se causan a las personas.